lunes, 7 de marzo de 2011

La espera de Don Abundio y el feliz regreso de Doña Panchita

Don Abundio prevé casarse con Francisca cuando ella sea liberada
Raúl García Araujo
El Universal
Miércoles 01 de octubre de 2003.

Santa Catarina Loxicha

A siete años y seis meses don Abundio no pierde la esperanza, "nada más estoy esperando que Panchita salga de la cárcel para que nos casemos".
Este zapoteco es novio de Francisca García, interna del Centro Femenil de Readaptación de Tepepan en espera de su libertad anticipada.
Don Abundio dejó Santa Catarina Loxicha, distrito de Pochutla, Oaxaca, una vez que se enteró de que ella estaba presa en el Distrito Federal.
Este hombre ha luchado a lo largo de siete años para conseguir la libertad de quien llama mi mujer amada .
Abundio tiene un empleo en una panadería de la colonia Presidentes, delegación Álvaro Obregón y está juntando su "dinerito" para que una vez que Panchita salga de prisión puedan contraer matrimonio.

Ir y venir sin respuesta

El indígena zapoteco pensó y analizó su vida después de que las rejas de una celda lo han apartado de su mujer.
Por unos instantes, su narración es triste y desesperada; más cuando recuerda que la mayor parte de su tiempo lo ha invertido en tocar las puertas de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) federal, de la Procuraduría General de la República (PGR), de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI).
En muchas ocasiones Abundio no duerme por estar al pendiente del papeleo. Él entra a trabajar a las 8 de la noche a la panadería y sale a las 9 de la mañana del otro día. Apenas sale, se dirige a buscar la libertad de Panchita.
"Me paso vueltas, vueltas y vueltas en las oficinas. Saliendo yo de aquí a las 9 de la mañana yo me voy, sea a Derechos Humanos o a Prevención o a la PGR y llegó y digo: `qué paso, licenciado, cómo va, cómo va yendo, cómo va Francisca, yo necesito saber` ".
Dijo que las únicas instancias que sí lo han atendido son la PGR, la CNDH y la CDI, mientras en el área del Comisionado del Órgano Administrativo Desconcentrado Prevención y Readaptación Social de la SSP, Carlos Tornero, jamás ha tenido respuesta.
"Fuimos a Prevención, y el policía no me dio el paso para ver a ese funcionario; me dijo: `usted no puede pasar y no va a pasar, deje ahí su oficio` y la verdad no pasé".
Abundio comentó que supo del estudio socioeconómico "profundo" que la SSP federal solicitó para que Francisca saliera. Ante ello, pidió permiso en su empleo para ir a su pueblo y sacar fotos para entregárselas a la dependencia. "Fui al pueblo y entregue las fotos a Prevención y ahorita todavía estoy esperando".
Don Abundio dijo que mientras Panchita no salga de prisión continuará cociendo pan y haciendo la limpieza en la panadería donde trabaja, "hasta que Dios me permita ver libre a esta mujer que quiero mucho, porque es una persona trabajadora, que sabe hacer tortillas grandotas y que sabe amar".

Fuente original:
Fecha de consulta: 23 de marzo de 2010


El ¿feliz? regreso de doña Panchita
Raúl García Araujo
El Universal
Domingo 12 de octubre de 2003
Debieron pasar casi ocho años de cárcel para que se encontrara nuevamente con su realidad. Con ansiedad, esperaba ver a los suyos, pero sólo descubrió pobreza, soledad y muerte en la tierra que abandonó con la esperanza de salir de la miseria...
Santa Catarina Loxicha, Oax.- Después de estar en la cárcel siete años y medio, Francisca García Ruiz regresó a su pueblo, pero ya nada fue igual.
No encontró a su padre, pues murió. Tampoco a sus dos hijos, ya que la pobreza extrema en que vivían los llevó a cruzar como indocumentados a Estados Unidos. Panchita tampoco halló a su madre, sus constantes vómitos y enfermedades crónicas la obligaron abandonar su tierra natal para emigrar a la capital oaxaqueña.
Cuando Francisca volvió, lo único que pudo encontrar fue una nueva familia, nuevos sobrinos y amigos que durante todo este tiempo la esperaron.
Después de más de 13 horas de viaje desde la ciudad de México hasta esta comunidad, la mujer indígena que estuvo presa casi ocho años en el Centro Femenil de Readaptación Social de Tepepan y que no podía obtener el beneficio de la libertad anticipada por no poder demostrar su condición de atraso cultural y pobreza llegó al pueblo que la vio nacer y corrió hasta la tumba de Lorenzo García, su padre, a pedirle perdón. "Apá, aquí `toy, perdóname, apá. Perdóname, por amor de Dios".

El viaje especial
Francisca y su prometido Abundio llegaron a Oaxaca dos días después de que autoridades de la Secretaría de Seguridad Pública federal le otorgaron la libertad anticipada.
Una vez en Oaxaca, tomaron un taxi que los llevó de la central camionera a la central de abasto local, donde abordaron un autobús que los trasladó en un tiempo de tres horas al municipio de Miahuatlán.
En las nueve horas de viaje, acumuladas desde la terminal Tapo hasta Miahuatlán, Francisca y Abundio estuvieron acompañados por el hambre y la sed.
Sin embargo, antes de emprender la segunda parte del viaje había que retomar fuerzas. Así, Panchita y Abundio decidieron desayunar en el mercado de este pueblo. Un plato de caldo de res y una taza de café caliente mitigaron el hambre y la sed de los viajeros.
Mientras la mujer daba un sorbo de café y se veía en libertad parecía recordar que hacía sólo algunas horas su vida se encontraba encerrada en una prisión del Distrito Federal.
Entonces, doña Panchita, como ya se le conoce, tomó unas monedas y compró un par de veladoras con las que se dirigió a la iglesia del lugar; mientras, Abundio compró flores.
Francisca entró en la iglesia, caminó lentamente con su mirada puesta en la imagen de un Cristo, llegó al altar, tomó una veladora y suavemente la levantó hacia él, a quien agradeció la libertad. De forma natural y espontánea, Abundio llegó a este lugar con flores en las manos, se hincó, oró y pidió por ella, por la mujer que esperó desde que ingresó en la cárcel para purgar una pena de 10 años por delitos contra la salud.
Luego, ambos se dirigieron hacia el sitio de camionetas donde empezaría el llamado "viaje especial".
Don Abundio preguntó a uno de los conductores: "¿Cuánto, pues, para llevarme a Santa Catarina Loxicha".
"No, pues está muy lejos, lo menos que le dejo el viaje es en mil 200 (pesos), es lo menos", respondió el conductor de una camioneta Ford modelo 1980.
"¿Cómo va a creer? ¡Es mucho, es mucho dinero!", reviró Abundió.
Un joven dueño de una estaquitas blanca se adelantó a los demás choferes y dijo: "Yo le cobro mil y que no se hable más".
Entonces empezó el denominado "viaje especial". Cada uno de los pasajeros abordaron el transporte.
Seis personas ocuparon la caja de una camioneta de redilas marca Nissan, en la que el sol parecía pegar más fuerte que nunca.
Horas y horas pasaban y la camioneta parecía que nunca acabaría de cubrir los poco más de 75 kilómetros de terracería que separan a Miahuatlán de la tierra de doña Panchita.
Poco a poco se presentaron las inclemencias del tiempo. En las cuatro horas del viaje parecieron pasar todas las estaciones del año.
Una hora fue de intenso calor. Después vino media hora de un frío con el que las manos se entumían al sujetar los tubos congelados de la carrocería del transporte.
Luego llegó la neblina, que impedía ver la estrecha carretera y el miedo de volcar no se quitaba. Sin embargo, el joven conductor conocía bien la ruta y poco a poco subía, hasta que se encontraría con una tormenta.
Ya con el agua encima, el chofer de la camioneta se conmovió y detuvo la unidad para colocar, con la ayuda de los pasajeros, una pequeña lona que no alcanzaba a cubrir toda la caja de la estaquitas.
Panchita, Abundio y demás pasajeros se tuvieron que juntar en el centro de la camioneta, porque la lluvia era constante y la lona, pequeña. Hubo momentos en los cuales ya no se sabía qué dolía más, si las manos por agarrar lo frío de los tubos, o el cuerpo por los constantes golpes que el cuerpo recibía por lo accidentado del camino.
El llamado "viaje especial" duró poquito más de cuatro horas, pero finalmente la camioneta llegó a lo más alto de la montaña, a los valles de Santa Catarina Loxicha, ubicado en la sierra Sur de Oaxaca.

El reencuentro familiar
A penas paró la estaquitas, Francisca y Abundio bajaron de ella corriendo y, sin más, ambos se enfilaron hacia el panteón.
El hombre era quien servía de guía, pasaban tumbas y tumbas, hasta que dieron con la del padre de doña Panchita.
Abundio, dijo: "Ahí está, aquí está tu padre, Francisca, aquí lo vinimos a enterrar".
La indígena de 40 años tomó entre sus brazos un ramo de flores y las pegó como queriéndose dar fuerza para aceptar que no volvería a ver a su padre. Sin embargo, antes de llegar al sepúlcro Francisca no pudo aguantar más y rompió en llanto.
Abundio se acercó, la abrazó y la consoló.
Fue entonces que en el silencio se escuchó el grito desconsolado de una hija que no miró a su padre cuando éste murió...
"Apá, aquí `toy, perdóname, apá. Perdóname, por amor de Dios".
Todavía perturbada, la indígena zapoteca, y su pareja tomaron camino hacia el pueblo. Apenas entraron en él, se escucharon voces.
"¡Es Chica , es Chica !", ¡Sí, es Chica !", "!Llegó Chica !", gritaban mujeres y hombres que la habían reconocido.
Algunos de ellos todavía se acordaban de aquel año de 1996 cuando Chica se fue a la ciudad de México, con la ilusión de trabajar y sacar adelante a sus dos hijos. Sin embargo, su primo y otras dos personas más aprovecharon el viaje de Francisca hacia la capital para transportar droga.
Panchita caminó lentamente por su pueblo, saludando a su gente, mientras que las miradas de sus habitantes eran constantes.
Fue a casa de su madre, doña Marcelina, pero la vivienda de adobe estaba cerrada. Fue entonces cuando una de sus cuñadas se acercó y le dijo...
"No, Chica , mamá está en Oaxaca".
La mirada y el rostro de Panchita cambiaron, sin embargo, la ilusión de estar con los suyos la animó.
De ahí se dirigió a casa de su cuñada Roberta, de 61 años, quien al verla llegar comenzó a organizar todo para la celebración del regreso de doña Panchita.
Hasta la casa, de unos 6 por 4 metros cuadrados, llegaron hermanos, tíos, sobrinos, cuñadas y cuñados.
Ahí, prepararon maíz para tortillas y guisaron una olla de frijoles negros que acompañaron con café. Todo para celebrar el regreso de Francisca.
Aquí fue fácil comprobar el "evidente atraso cultural y la extrema necesidad económica" en la que viven estas personas, como lo solicitaron en su momento las autoridades federales que le negaban a Francisca la libertad anticipada por no poder comprobar su calidad de indígena zapoteca.
Ahí, su hermano Arnulfo le informó que sus dos hijos habían dejado estas tierras para irse a trabajar a Estados Unidos.
A la celebración llegó el tío Hilario, quien al momento de ver a Panchita realizó una plegaria: "Dios, gracias por `traed` a esta mujer con su gente. Dios, gracias por poder abrazarla nuevamente".
Apenas terminó su oración, su sobrina Glaneyi gritó: "Tío Peluche , Tío Peluche ", estas palabras provocaron la risa de los asistentes, quienes viven con lo indispensable, comiendo tortilla y frijoles todos los días.

Buscar a mamá en Oaxaca
Era tanto el deseo por ver a su madre, que Francisca se levantó muy temprano. Eran apenas las cuatro de la mañana cuando nuevamente inció el "viaje especial", y empezó a bajar hacia Miahuatlán, para después tomar el autobús hacia Oaxaca.
Rumbo a la capital del estado, Francisca pidió al chofer que la bajará en la Procuraduría del estado.
El autobús que la había traído de Miahuatlán paró y con sus dos maletas la mujer indígena bajó para caminar hacia la colonia El Polvorín, donde vive su hermana Ema.
Una vez que llegó a ese lugar, todo había cambiado, la calle principal estaba pavimentada y un gran número de casas provocaron que doña Panchita no recordara dónde vivía su hermana.
Fue a una tienda de nombre "Polvorín" y ahí un joven le recomendó que fuera a dos casas abajo para que vocearan a su hermana.
Fue a la casa, tocó la puerta y una mujer le dio el paso. En el patio de la vivienda había un árbol de laurel de 15 metros de altura y montado en él una trompeta de sonido amarrada.
La mujer la desamarró y su esposo con un lazo la levantó en lo más alto del árbol y se empezó a escuchar lo siguiente: "A la señora Ema García Ruiz, si me está escuchando, que haga el favor de presentarse acá donde se encuentra el aparato de sonido, lo busca un familiar... Se le está comunicando a la señora Ema García Ruiz, si me escucha, haga el favor de presentarse acá donde se encuentra este aparato de sonido, lo busca un familiar".
Panchita pagó 20 pesos por este servicio y cuando salió de la casa subió a la tienda y una joven se le acercó y le dijo: "La señora Ema es mi cuñada, si quiere usted la llevo a su casa".
Caminó hacia la casa de su hermana, el lugar era como una ciudad perdida, con casas de cartón. Panchita llegó a una vivienda, de la cual salió su hermana Ema, quien al verla la abrazó.
Sin perder el tiempo, Panchita pidió que la llevaran con su madre.
"Mamá no esta aquí, está con nuestro hermano Fernando", dijo Ema. "Vamos, pues, a casa de él", contestó Francisca.
Y a caminar de nuevo. La mujer comenzó a bajar por esta ciudad perdida hasta llegar a un transporte público que la llevará a la colonia Mirador.
El autobús terminó su recorrido y doña Panchita bajó de él para caminar algunas calles más. Llegó a una casa, que por pared tenía unas láminas de cartón.
Entró en ella y en un pequeño cuarto de 2 por 2 metros cuadrados encontró a su madre, doña Marcelina, de 73 años, acostada en un petate. La vio, la miró, la observó... le pidió perdón.
"Amá, amá, perdóname, amá. Amá, dime que me perdonas por no estar contigo desde hace tiempo. Amá, perdóname".
La señora Marcelina miró a Panchita, la tomó entre sus brazos y con una suave voz le contestó: "Aquí estoy esperándote, mi hija, con una enfermedad que no sé qué será, pero ahora con la felicidad de volver a ver a mi Chica ". Ahora, doña Panchita espera la fiesta del pueblo en noviembre, para poder casarse con Abundio, puesto que ninguno de los dos cuenta con acta de nacimiento, requisito indispensable para contraer nupcias. Así, Francisca García Ruiz volvió con los suyos. Regresó a su pueblo casi ocho años después, aunque en el lugar ya nada era igual.
Comentarios: raul.garcia@eluniversal.com.mx

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